Francisco González Romo.
Ésta vez, me permitiré ahondar (o metichar) al Papa Pancho al momento de su iluminación; aquel instante en que decidió escribir y publicar la Encíclica Laudato si, la cual causó polémica y gran aceptación. Creyó Francisco que, como Constantino cuando vio entre sueños la cruz, ésta sería el arma que le permitiría el triunfo sobre los “ejércitos del mal”. Así, sin mayor preámbulo, nos acercamos a sus profundas reflexiones:
“Señor de todo universo, galaxia que me perfora todos los huesos, ten piedad de nosotros.
“El azar fue el que dejó todo lo que de humano queda; el diluvio inundó toda soledad de tragedia; la violencia se encarnó en nuestras almas por hurtar el sagrado alimento; y en la habitación contigua morían de una simple gripe las niñas y las abuelas. Ahora, que el calor lo ha dominado todo y caen llenos de él los dueños de la fiebre y las soberanas de las ardientes horas, hacia ti dirigimos la mirada, señor de la impaciencia y del castigo, del olvido remoto y de la tortura afligida justa y bruscamente, y te rogamos, señor:
“Sálvanos, señor, de las sustancias extrañas con las que obligamos, junto con los banqueros y las transnacionales acaparadoras de la producción de alimentos, a que los campesinos abonaran las tierras, -te rogamos, señor. Sálvanos, señor, de los cráteres que la avaricia nos llevó a inventar en los países más injustamente tratados durante todo nuestro reinado, y que llenaron nuestras bodegas de oro y de otros metales preciosos, -te rogamos, señor. Sálvanos, señor, de la falta de humildad que tuvimos, nosotros tus hijos, y que nos llevó a contaminar los mares porque queríamos jugar, junto con los que pueden, a manejar los precios del petróleo, -te rogamos, señor. Sálvanos del rencor del armadillo, de la insaciable sed de venganza del gallo, que la canta, de la calculada traición del perro, de la fría hipocresía del gato y de la toma de consciencia de los fieles que aún besan nuestra podrida mano, plagada de roña -te rogamos, señor.
“Es cierto que desechamos cada aviso, que rechazamos a todo aquel y aquella que creímos escépticos de toda fe, y que ignoramos que la ciencia nos advirtió del cataclismo que hoy se llega; que rehuimos el creer en nuestras culpas, que la soberbia nos alejó de tu claro juicio y que fuimos incapaces de sentirnos víctimas de la invención de nuestra propia historia.
“Es verdad, señor, que aprendimos a articular vocablos como tú, desde el silencio, y que nunca hicimos caso cuando percibimos que el silencio abandonaba las ciudades y se apoderaba de ellas el ruido; porque así nos convino, porque así la gente no escuchaba nuestras negociaciones ultra-secretas con los estados: siempre nos carcomió la fe la tremenda esperanza de participar y acceder a sus caudales de poder y de dinero. Es verdad, señor, que participamos de los beneficios económicos de una guerra inventada allá en el norte, que ha dejado miles de muertos en todo el mundo y que primero nombramos, junto con ellos y con tus aguas bautismales comunismo, después narcotráfico y ahora terrorismo. Es verdad, señor que, lascivos, pervertimos menores y lo escondimos. Es verdad, señor, que nos volvimos insensibles al llamado de la naturaleza, y permitimos que nuestros corderos contaminaran los ríos y que los dejaran contaminar por las mineras, diciéndoles que tu amor sería infinito lejos de ésta tierra. Es verdad, también, señor, que permitimos que unas cajas parlantes y luminosas invadieran, dominaran el entorno de los hogares, suplantaran tu palabra hecha biblia, porque así nos convino, porque les robamos a todos y a todas la capacidad de dialogar consigo mism@s, y contigo.
“Señor humo, vuélvete áspero fuego e infunde terror en las almas de los pecadores, vergüenza en sus cuerpos, más y más miedo; que su espíritu no encuentre paz ni sosiego.
“Señor humo, vuélvete clara música para nuestros oídos, y logra que escuchemos por fin el cantar de l@s pobres de toda la tierra y de la pobre tierra misma; ¡que nos propusimos no escucharles por los siglos de los siglos!, tanto así, que ya no sabemos cómo regresar de ese extravío.
“Pero señor, sé bondadoso con tu iglesia y, sobre todo, salva a tu clero, salva, salva a tu clero, que ahora une su frente con el piso de frío mármol de sus palacios veraniegos para besar la punta de tus pies (míranos, ¡cómo sufrimos!, ¡somos tus siervos!) y has que todas tus riquezas, a las que renunciamos, las que ahora te pertenecen, nos mantengan de pie en el nuevo Orden que planeamos junto con los poderosos, para, embebidos de tu total dulzura, lograr mantener encendida la hoguera de tu palabra pese a todas las adversidades que se nos vienen encima, y para poder llevársela a los nuevos explotados y sobrevivientes; que encuentren nuevamente paz en tu regazo.
“Con esa humildad venimos, señor nuestro, alto creador, iluminado espíritu, padre, a decirte: castígalos, castígalos, castígalos…
“¡Alabado seas!”
Papapancho.