Por Francisco González Romo
En la colaboración pasada critiqué la manera en que las universidades públicas, y en específico la UAZ, están siendo llevadas por sus propios miembros a someterse a los mandamientos empresariales. También recibí algunas críticas en el sentido de que es necesario transformar la vida universitaria en un entorno en el que la empresa toma cada vez mayor importancia, por lo que es imposible escapar a esta dinámica impuesta por organismos internacionales a nivel global.
Creo que toda postura es válida. Pero creo también que hay otras opciones quizá menos notorias y veloces, pero que requieren menor desgaste y que sí representan un cambio benéfico para las mayorías oprimidas y excluidas por el sistema: desde hace años, en todo el mundo ha aparecido un movimiento que comprende y expresa de maneras insólitas la contraposición que existe entre quienes pretenden rentabilizar económicamente el mercado emergente de la formación, y en especial de la formación universitaria, y quienes pretenden asegurar el libre acceso al conocimiento para toda la población, concibiéndolo como un “bien común”.
Las Universidades y los centros de formación universitaria aún son centros protegidos por una legislación que los consagraba como espacios públicos que, sin ser todo lo accesibles que debieran, ya que manifiestan todos los rangos de clase y género, -incluso de raza- propios de los sistemas capitalistas en su conjunto, no están concebidos ni preparados para ser centros de negocios. La universidad anómala, nace como resistencia a la supeditación de la Universidad a los intereses del mercado y la denuncia de que la formación se limite a una “formación para el empleo”. Pero también pugna por que la Universidad abandone su papel tradicional de productora y reproductora de la ideología dominante, que invade a toda la Institución Escuela.
No busca la formación de individualidades, sino su autoformación en libertad a los márgenes del mercado, siendo críticos con la Academia y ligados a las diversas realidades sociales, con las que puede crear vínculos de reciprocidad y autogestión. Podríamos decir que la formación ya no pasa, o ya no pasa sólo por los lugares destinados para ella, sino que se difunde en el tejido social y crea figuras compuestas en muchos de sus puntos, conocimientos únicos o sui generis. Al mismo tiempo se descubre que la investigación no tiene por qué quedar reducida a los espacios designados para ella –grandes grupos académicos y espacios universitarios-, ya que se constata que en muchos casos las investigaciones están sometidas a criterios específicos que sólo les permiten abordar aspectos funcionales al sistema en su conjunto, cuando no están directamente manipuladas para servir a los criterios dominantes.
Este aspecto es muy importante porque la ciencia, en este contexto, la hace, la vive y la siente la misma persona. No es ciencia desde la academia o los grandes centros corporativos, hecha para la humanidad; es la ciencia hecha por la humanidad para ella misma: pequeñas comunidades o individualidades hacen ciencia para aplicarla en su mismo entorno, con la finalidad de llevar una vida más cómoda y más autónoma. Esta ciencia siempre fue “controlable” por sus “protagonistas”, y se hacía antes de que la escuela llegara como ente colonizador a destruir los conocimientos autónomos y vernáculos de los pueblos: l@s inventores y l@s cocineras que aún encontramos en muchos pueblos, personas ya mayores, dan cuenta de ello.
La universidad anómala, del autonococimiento o de lo común, pretende compartir el conocimiento, no enseñarlo. Por ello, un elemente imprescindible para la creación de esta Universidad es el abandono de la tarea “civilizadora” o “evangelizadora” de l@s universitarios: la descolonización del pensamiento.
Lo anterior podrá ser logrado con procesos de autonomía individual o colectiva que sirvan “como ejemplo” en la propia comunidad, que sean seguidos por quienes gusten; prácticas que, situadas fuera de los muros de las universidades sean receptoras de curiosidad e interés creciente por parte de toda persona y , por supuesto, de investigadores, estudiantes y militantes sociales; creación de laboratorios “en las calles”, introduciendo participantes sin un bagaje estrictamente académico a las prácticas universitarias; abandono de las agendas de estudio e investigación impuesta desde el Estado y las rectorías; apostar por la autoformación, práctica en la que estudiantes de postgrados, profesores, ciudadanos y alumnos convivirán en un ambiente abierto al diálogo y al debate, rompiendo con esas “élites del conocimiento” que tanto dañan la percepción y la función sociales de la Universidad. Se trata de llevar la universalidad a todos los rincones y lugares.
Una herramienta útil para su conformación, es el acercamiento a los movimientos sociales alternativos, ampliando la crítica y empezando a comprender que, en el marco de éstos, la formación y la construcción de conocimiento son parte del vivir cotidiano; provee herramientas fundamentales para las luchas y no sólo elementos con los que rellenar un currículum e intentar conseguir un buen empleo. Para los integrantes de los movimientos sociales alternativos, ya sean migrantes, o jóvenes precarios, o mujeres, o profesores, o indígenas, o cualquiera de los muchos núcleos de resistencia al actual sistema capitalista, el estudio y el conocimiento no es algo con que comerciar, sino que forma parte de la construcción de “agencia” individual y colectiva, forma parte de la posibilidad de actuar como sujetos sociales. El conocimiento constituye un tiempo compartido y un “bien común”.
Esta Universidad se orienta a favor de estas nuevas formas de construcción de saber, apoyadas en la interacción total y comunicativa de múltiples intervinientes, centradas en construir un sentir y un saber social común y compartido que aporte informaciones relevantes, posibilidades de paz y críticas a una ideología cada vez más globalizada y en crisis. La fuerza de esta Universidad es la fuerza de los cerebros, los cuerpos y los afectos empeñados en el esfuerzo por construir territorios compartidos y nociones comunes.
En el tejido metropolitano de las sociedades actuales, una universidad es también un territorio en conflicto que manda sus mensajes al conjunto de la sociedad.