PRACTIQUEMOS LA ESPERANZA
Llevas tu delantal lleno de semillas
y éste es un país bueno.
¿Por qué no siembras tus semillas
y aquí vives a gusto?
Blake
Por: Francisco González Romo
Cuando seguimos atentamente las noticias que nos traen los medios de comunicación, queda claro que no existe cabida para la esperanza. No sólo nuestra situación inmediata, con sus muertes, desapariciones y todo, sino la de México en su conjunto y, por qué no, la del mundo entero, pareciera que tiene como única culminación, como únicas finalidades el desamparo, el terror, la ignominia. Coincido con Ivan Illich cuando aseguraba que lo único que puede mantener de pie al género humano, es precisamente la vivencia de la esperanza, es por eso que me preocupa la manera en que ésta se va trocando por la indiferencia. Indiferencia ante la injusticia, ante la muerte, ante el terror de estado.
Erich Fromm llamaba a esta vivencia de la esperanza la fe racional. Distingue dos tipos de fe: la fe irracional y la fe racional; al hablar de la primera, se refiere “…a la creencia, (en una persona o una idea) que se basa en la sumisión a una autoridad irracional. Por el contrario, la fe racional es una convicción arraigada en la propia experiencia mental y afectiva. La fe racional no es primariamente una creencia en algo, sino la cualidad de certeza y firmeza que poseen nuestras convicciones. La fe es un rasgo caracterológico que penetra en toda la personalidad, y no una creencia específica.” Y continúa: “…En la esfera de las relaciones humanas, la fe es una cualidad indispensable de cualquier amistad o amor significativos. Tener fe en otra persona significa estar seguro de la confianza e inmutabilidad de sus actitudes fundamentales, de la esencia de su personalidad, de su amor. No me refiero aquí a que una persona no pueda modificar sus opiniones, sino a que sus motivaciones básicas son siempre las mismas; que, por ejemplo, su respeto por la vida y la dignidad humanas sea parte de ella, no algo tornadizo… La fe en los demás culmina en la fe en la humanidad.”[1]
Alguna vez Alfredo Jalife declaraba que la Revolución ya estaba en marcha, que era imparable. Cuando le preguntaron por qué, respondió que l@s jóvenes nos habíamos ya dado cuenta de qué era lo que teníamos que hacer, y que habíamos comenzado a hacerlo. En realidad, creo que más que referirse a un qué hacer, se refería al hacer mismo: no es que se tenga un proyecto unificador de las juventudes de “las izquierdas”, sino que la maquinaria idealista de la juventud se ha puesto nuevamente en marcha. Aquí me referiré a aquella que tiene como eje central a la esperanza, a aquella que teje fino.
Tejer fino es una expresión con un significado muy profundo: no se trata de cubrir mucho, sino de soportar lo suficiente, es (¿cómo decirlo mejor?) una ética en el hilar: se trata de practicar las resistencias y se trata, sobre todo, de crear mientras se resiste. “Eso es pachakutik. Lo nuevo ya está en lo viejo; tiene que salir, y lo hace a la fuerza, en un largo proceso doloroso como un parto”[2]
Much@s hemos entendido que esa resistencia no se encuentra en la búsqueda del poder estatal, no sólo porque la maquinaria estatal haya sido creada expresamente para dominar y reprimir, sino porque el verdadero cambio se hace en el silencio, en las nuevas relaciones que nacerán, quizá de manera dolorosa, en las asociaciones que surjan de nuestras experiencias e imaginaciones.
Erich Fromm continúa diciendo que La base de la fe racional es la productividad; vivir de acuerdo con nuestra fe, significa vivir productivamente. Se deduce de ello que la creencia en el poder (en el sentido de dominación) y en el uso del poder constituye el reverso de la fe… No hay una fe racional en el poder. Hay una sumisión a él o, por parte de quienes lo tienen, el deseo de conservarlo… Tener fe requiere coraje, la capacidad de correr un riesgo, la disposición a aceptar incluso el dolor y la desilusión. Quien insiste en la seguridad y la tranquilidad como condiciones primarias de la vida no puede tener fe; quien se encierra en un sistema de defensa, donde la distancia y la posesión constituyen los medios que dan seguridad, se convierte en un prisionero.”
Quiero, para finalizar, hablar como aquel joven a contracorriente, del mundo “que nace en el silencio, lejos del bullicio; el antimundo, en el que los valores se invierten de nuevo… El antimundo es un espacio, un territorio y una lengua que se buscan todavía; no encuentra, tantea, explora, diseca y descubre. Es un lugar dominado por el duelo y el adiós, donde la gente sigue obstinada en creer en las instituciones, en la modernidad; un teatro donde el público forma parte integral de la tragedia que se escribe,…”[3]; un mundo, no un país, en donde las semillas ya fueron sembradas; un tiempo en el que encontramos preparada la tierra y la lluvia cae a cántaros del cielo. En éste mundo es en el que muchos y muchas nos proponemos vivir a gusto.
[1] El Arte de amar.
[2] Raúl Zibechi, Latiendo Resistencias.
[3] Camile de Toledo, Punks de Boutique
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