Zacatecas, Zac.- Hoy jueves 4 de mayo, ha partido Plaza directo al cielo El Matador José Antonio Enríquez Barraza.
Blanco de los achaques de la edad, un hombre al que los toros lo hirieron algunas ocasiones, no muchas, pero si contadas.
Primer empresario de la Monumental de Zacatecas inaugurada un domingo de septiembre del año de 1976.
Maestro de casi, o mejor dicho de todos los Toreros y Matadores de estas tierras. Comerciante y fundador del grupo musical “La Bufa”, donde él era la voz principal, haya por los años setentas y principio de los ochentas.
Tipazo por la buena, por la mala… también. Siempre se abrieron las puertas de su casa para los chavales amigos del Curro y de Jesús Enríquez, este último, Matador de Toros y Químico, el primero, abogado egresado de la Universidad Autónoma de Zacatecas; el que alterno con figuras del Toreo como Julián López El Juli”, en su etapa novilleril.
El Matador Enríquez, o simplemente el Matador, alojo en su hogar a varios maletillas que soñaban con ser Toreros, deseaban crecer bajo la tutela del Matador, la disciplina era el factor y condición principal para que el Torero, les diera alojamiento, comida y una manta para cubrir el frio.
Lo menciono con conocimiento de causa.
A la hora de entrenar, el ayudado o estoque simulado, hacia milagros para que los chavales hicieran las cosas bien, ¡O haces lo que te digo si no quieres que te peguen una cornada! Y ¡tómala! El ayudado silbaba partiendo el viento para chocar contra las pantorrillas o el trasero cuando bien te iba.
Recuerdo perfectamente cuando platicaba su debut en la plaza más grande del mundo ¡La plaza México! “debute sin chucho que me ladrara”, es decir, sin apoderado, a fuerza de pulmón y de entrega.
Sus hijos siguieron sus pasos… y yo me les pegue.
Su casa y parte de su negocio olía al tradicional puro que fumaba; como poder olvidar.
Sus sabios consejos, a un están en mi mente, y en mi vida diaria. Recuerdo uno en particular: “La juventud es una enfermedad que se cura con el tiempo Ricardo”, me decía cuando una de tantas veces, me descarrié. Siempre tenía un consejo para los amigos de sus hijos.
La última vez que lo vi, por azares del destino, fue frente a su último domicilio haya por el mes de enero de este año ubicado en Villas de Guadalupe; sin más me lance en sus brazos, y sin más, me reconoció y correspondió a mi abrazo: “¡Ricardo Corazón de pollo!”, en lugar de Ricardo corazón de León… muchas veces me llamo así. Creo que ambos contuvimos el llanto, claro que yo lo solté, una vez que estuve solo, ahí estaba el Matador José Antonio Enríquez, lo más cercano a una figura paterna en mis años mozos, el que me enseño de la vida y de los toros.
Descanse en paz el Matador José Antonio Enríquez Barraza.
Por: Ricardo REYES