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Publicado por ZACATECASWEBNEWS en abril - 18 - 2015

LA REVOLTOSA

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De ninguneos y ninguneados al Gran Ninguneador.

                                                                                                                                                                     A Fer y a los Galeanos.

El lunes por la mañana nos sorprendió a muchos la noticia de la muerte de Eduardo Galeano: se nos fue otro hombre bueno; adiós, cronista de lo invisible; murió un forjador de utopías: fueron algunos de los sentimientos que encontré plasmados o que escuché por allí. En realidad, cuando una muerte así se sucede, el vacío ya empieza a desenmascararse y, en lo personal, no sé ni qué decir. Pero esta vez me sorprendió una colaboración de Raúl Zibechi, en la que lamenta la pérdida de Galeano porque se nos fue “el mejor cronista de los ninguneados”; colaboración que motivó estos decires:

¿Qué es ser ninguneado?, o, ¿qué es ningunear? Octavio Paz responde que Ningunear es el acto más radical y definitivo que tenemos los mexicanos de disimular la existencia de nuestros semejantes. “El ninguneo es la operación que consiste en hacer de Alguien, Ninguno.” No creemos que alguien haya dejado de existir, simplemente actuamos como si ya no existiera. Para la muestra que quiero dar, lamentablemente, no basta un solo botón:

Los baleados en Jerez, los decapitados en Villanueva, l@s desaparecidos en Fresnillo, l@s sin agua en Guadalupe, l@s sin techo en Zacatecas, l@s sin acceso a la educación en Jalpa, l@s con cáncer en las mineras, l@s campesinos despojados de sus tierras en varios municipios del estado, las mujeres privadas de sus hij@s en los hospitales porque no son atendidas a tiempo, los migrantes que piden taco a la orilla de la vía en San Jerónimo, los y las sin seguridad social en la UAZ y en otros centros laborales, l@s despedidos de la cerveceras y de las refresqueras porque no cumplen las metas, los y las desempleadas, las violadas en Calera y las acosadas en las oficinas, en las escuelas y en las paradas del camión, l@s discriminados por sus gustos o preferencias, los incapaces de pagar la luz; y otros tantos y tantas que son y han sido siempre los y las ninguneadas. ¿Y el gran ninguneador?: es el que en esta temporada electoral nuevamente se presenta, con su estructura partidista y todo, defendiendo al capital depredador, y se acuerda de nosotr@s, y se nos acerca con una torta, con una despensa, con un vale y, por qué no, con la sincera promesa de que, ahora sí, no disimulará nuestra existencia: dicen l@s candidat@s que por fin el Estado nos demostrará que en realidad nunca nos ha ninguneado.

Todos y todas, alguna vez, hemos sido ninguneados por el Estado; Galeano también vivió en carne propia muchas de las vejaciones sufridas por los ninguneados. Pero Galeano nos demostró, con su congruencia, que es posible ningunear al gran ninguneador: Galeano, aquel al que Mujica señalara como un extraordinario ser humano que consiguió reunir y masificar más cultura que la que encontraríamos en la mayoría de l@s universitari@s con todos los títulos; Galeano el obrero, el electricista, el cajero de un banco que fue puliéndose a sí mismo como autodidacta; Galeano el que se codeaba con símbolos del poder  y disimulaba su existencia; Galeano el que, exiliado y censurado de varios territorios por varias dictaduras, invariablemente se enfrentaba; Galeano, el que creía que “Podíamos sacarnos de encima la cultura de la impotencia” porque renunció al miedo: esa debilidad embarazosa que “coloca a la persona en la postura absurda de tener que suplicar al opresor que garantice la propia liberación, asumiendo que un@ nunca será libre más que para ser una víctima”[1].

Octavio Paz concluirá las Máscaras Mexicanas asegurando que con el ninguneo, “En nuestro territorio, más fuerte que las pirámides y los sacrificios, que las iglesias, los motines y los cantos populares, vuelve a imperar el silencio, anterior a la Historia”. Pero Galeano demostró que el silencio también puede conferir una calidad humana que ninguna otra actitud puede brindarnos: guardar silencio es jalar la rienda al parloteo y abrir despacio la voz de la otra persona, cuando se dialoga, y la voz propia cuando se reflexiona; sólo quien guarda silencio escucha, y en este sentido, la virtud de callar debe ser vista como instrumento indispensable para la convivencia: yo soy lo que tú me escuchas que soy[2].

Al  entender y demostrar esto y aquello, Galeano nos dejó como tarea recuperar la humanidad que nos brinda el diálogo, la dignidad de decidir cómo queremos vivir nuestros deseos y nuestras pasiones y la responsabilidad de construir en paz una sociedad nueva.

Coincido con Zibechi cuando asegura que, con la muerte de Eduardo, los ninguneados perdieron a su mejor cronista, a aquel que se esforzaba por entenderlos sin querer interpretarlos, a aquel que entendía de sus dolores y sus amarguras y compartía sus risas y sus llantos[3]. Pero Eduardo no sólo nos platicó de manera cruda y clara la vida de los y de las excluidas, de las y de los marginados, de los y de las de abajo; Eduardo Galeano nos devolvió una dignidad que nuca tuvo que ser perdida: aquella de saber Ningunear al opresor.

Francisco Galeano.

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