PACTO POR EL FUTURO DE LA UNIVERSIDAD
Francisco González Romo
Retomo éste título de un artículo publicado el día de ayer en La Jornada nacional por Hugo Aboites, Rector de la UACM. En éste artículo el Rector nos habla, entre otras cosas, de la propuesta aprobada por la Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Educación Superior (Anuies) en 1999, propuesta cuyas directrices volverían a tomarse en el 2012 con mayor profundidad. Los nombres de estas propuestas son, respectivamente, La educación superior en el siglo XXI e Inclusión con responsabilidad social, 2012 y, la finalidad de ambas, es la de lograr que la Universidad asuma “como propia la agenda gubernamental” y se convierta “en una estructura de apoyo de la acción providencialista del gobierno para resolver los problemas prioritarios para el desarrollo del país”.
Justo Sierra, quien presentara el decreto para la fundación de la Universidad Nacional en abril de 1910, aseguraba que los fines de las universidades, en muchas de las veces pueden coincidir con los fines de los estados, pero que jamás, por ningún motivo, deberán de ser los mismos, ya que los estados sirven para controlar y para reprimir, mientras que las universidades tienen como principal motivación la de liberar por el conocimiento. Hace más de cien años que el Maestro Justo Sierra escribió estas palabras que, simplemente, hemos olvidado; no existe universidad en México (con reconocimiento oficial, claro), que no haya pretendido o que no haya sido obligada a servir de apoyo a las políticas de estado o a las finanzas de las trasnacionales.
Pero el panorama es más desalentador que el que vivió Don Justo; la Anuies propone y el estado impone como el “único futuro de la educación superior… en la integración total de la universidad al circuito de los que hoy mandan y su proyecto.”. Y ¿Quién manda en este mundo? Para 2001, ya no se hablaba de los cien estados más poderosos, sino de las 51 empresas transnacionales y los 49 estados más poderosos. Las universidades son obligadas a hacer una sinergia con la empresa, la cual no consiste en un encuentro entre dos instituciones diferenciadas e iguales, sino en la supeditación de la dinámica universitaria al objetivo económico de rentabilizar los conocimientos adquiridos, vendiéndolos a los potenciales interesados y privilegiando los intereses de las empresas activas en los campos respectivos. El Estado se ha vuelto, simplemente, un ente evaluador de este proceso.
Lo más preocupante de todo, es que hay universitarios y universitarias que se empeñan en crear centros de “excelencia académica”, entendida ésta como la capacidad para crear conocimientos “vendibles”, y no como verdaderos centros de enseñanza y vivencia de la ciencia y la cultura. También preocupan las opiniones ciertos personajes, ajenos a la universidad y a sus virtudes, que no dudan en calificar de inútiles a aquellas universidades, como la UAZ, que por diferentes motivos, no han alcanzado un “nivel óptimo” de competencia en el mercado global del conocimiento.
Los y las universitarias de la UAZ, desde mi punto de vista, no debemos “quemarnos el coco” en la elaboración de una estrategia que nos permita ser competitivos en el mercado mundial del conocimiento –jamás podremos “competir” con las universidades de Motorola o de McDonald´s-, sino que tenemos que encontrar la manera de democratizar el conocimiento, masificarlo, vivirlo, llevarlo fuera de los muros. Debemos dejar de enseñar y aprender el conjunto de procederes y disciplinas que caracterizan a las capas cultas de la sociedad, encargadas de reproducir, mantener y gestionar la supervivencia del sistema capitalista y por lo tanto elitista.
Las y los universitarios de la UAZ debemos entender que problemáticas como la violencia o la pobreza no han de terminar por decreto; debemos contribuir a desmantelar la forma en que la sociedad está organizada y, desde mi humilde punto de vista, la contribución más congruente, la más pertinente y la más sensata, es aquella de comenzar a ver el conocimiento como un común, como un bien de todos y todas.
Debemos desmantelas a esas capas d la sociedad que tienen a su favor la capacidad de “tener razón” para saber argumentar, y defender sus puntos de vista frente a las capas ignorantes o desprovistas de tales habilidades. Para hacerlo no es necesaria la violencia, sino la compartición; las ganas de salir a las calles, a las colonias y a los municipios a enseñar y a aprender; desprendernos de esos vicios del colonialismo y mirar a la periferia; incluir a aquell@s que “los que saben” mantienen excluid@s; dejar de aportar esfuerzos para que los de arriba marginen; dejar de ser parte de la red de control y dominación; universalizar la humanidad.
El Pacto por el futuro de la universidad que imponen los de arriba está rindiéndoles frutos. El verdadero pacto, el que hemos de plantear nosotr@s no nos espera en la solemne sala de debates, sino allá afuera, en la vivencia diaria, con los hombres y mujeres que esperan que una luz que no sea la de los televisores venga a disipar la niebla que les hace andar a ciegas por los caminos trazados por “los que saben”.
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