BREVES APUNTES PARA EL CAMBIO II: EL PENSAMIENTO DISRUPTIVO Y LA CONSTRUCCIÓN FESTIVA
Por: Francisco González Romo
A Rosario, por el interesante diálogo formado.
La semana pasada terminé el espacio con una frase esperanzadora pero incierta: ¿Qué podemos hacer? -me preguntaba-, Nos queda la CONSTRUCCIÓN FESTIVA que tan sólo destruye aquello que nos separa de la naturaleza y degrada nuestra humanidad. Para poder aclarar la frase será necesario desmenuzarla, repensarla, reescribirla.
Lennin y Stalin en varios textos, hacían una fuerte crítica al Anarquismo porque los seguidores de ésta singular manera de pensar aseguraban que era un tremendo error llevar a cabo una industrialización similar a la que proponía el capitalismo del otro lado del mundo, que, sin lugar a dudas, eso llevaría a los Estados comunistas a entrar en una etapa de fascismo, autoritarismo y destrucción de los recursos naturales; a alejarse de la naturaleza. Para éstos genios, seguidores del pensamiento marxista, los anarquistas representaban un estorbo y algo más: personas idealistas, es decir, un “atraso” en la evolución histórica de la humanidad.
Años después, cuando el comunismo ha sido derrumbado (o cuando ha caído por su propio peso), y cuando el desarrollismo gana la batalla y los recursos naturales se nos van agotando, la crítica anarquista sigue vigente. El desarrollo, como dice Ilich, tiene como principal característica que podemos comprar todo lo que deseemos (sin importar si lo necesitamos) en lugar de hacerlo. Desarrollo significa alejarnos de la naturaleza; tanto de la exterior, comprendida y representada en las distintas concepciones de Pachamama (bajo nombres y marcos míticos diversos); así como de la nuestra propia, como seres humanos. Alejarnos de la naturaleza implica degradar nuestra humanidad.
Lo anterior no quiere decir que debamos renunciar a los avances científicos, técnicos y tecnológicos. Por lo menos, de manera personal, no coincido con la idea de intentar crear/ser una sociedad “primitivista”. Se trata de reapropiarnos del conocimiento y de la herramienta. La sociedad es lo suficientemente madura, tecnológicamente hablando, como para lograr la utopía de “recuperar el paraíso” y abandonar el trabajo, como explotación. Miles de millones de personas, en todo el mundo, hemos comprendido que los estados-nación son los instrumentos que nos impiden vivir esa utopía, a través de mecanismos que provocan el miedo y la incertidumbre; mandatados por los amos del capital.
Pero toda la suerte de elementos materiales de los que dispone el Estado para mantenernos quietecitos, como corderos de dios, no tendrían la efectividad tan evidente si no tuvieran el elemento ideológico. Y, ¿qué es la ideología? La ideología es una construcción compleja, que implica una manera inequívoca de pensar y de actuar, una formación filosófico/política que tiene como principal finalidad el dominio. La ideología dice qué hay que hacer y para quién, pero desde el poder, como asegura Rodrigo Borja. Tanto las llamadas de derecha como las de izquierda tienen ese objetivo, ningún otro; la diferencia consiste en que las unas son democráticas y las otras no.
Esto, en sí, puede no tener tan mala cara: un gobierno de izquierda, tendiente a una ideología de izquierda, sin duda alguna nos daría mayores beneficios que otro de centro o de derecha como el que se padece. El problema es que ésta manera de actuar, una y otra vez, nos lleva a las mismas consecuencias: los beneficios para la minoría encumbrada en el poder (económico o político) y los desperdicios y las cargas para las mayorías.
Muchos autores aseguran que es una cuestión de los ideólogos de derecha el difundir el final de las ideologías. Puede ser cierto en el sentido de que, si ésta idea se generaliza, deja de existir un contrapeso crítico, muy importante por cierto. Pero la desaparición de la ideología es importantísima para poder repensar el mundo: la abolición del trabajo, la desaparición (gradual o no) del Estado, para dar paso a Federaciones de convivencia pacífica (contrapoderes), el acuerdo sobre el Género, la desescolarización de la escuela, la supervivencia de otras especies, y la de la humanidad misma, material y espiritualmente, entre otros temas, son necesarios desentrañar para vivir la paz, la justicia y la libertad.
El sanar, el vivir, el aprender y el comer, son verbos, actividades que tienen que estar en nuestras manos, y esa construcción festiva, a la que debemos evitar que contamine el miedo al fracaso y al poder estatal, la apatía, la desgana o la irresponsabilidad, solamente puede lograrse a través del ejercicio de un pensamiento disruptivo.
Después del homenaje a Luis Villoro, llevado a cabo allá en Oventik, Chiapas, por los días de mayo de éste año, Adolfo Gilly escribió bellas líneas sobre esto, dijo que: Luis Villoro enunciaba en aquel discurso –Filososía y dominación-, las condiciones en que esa actividad vital del pensamiento puede congelarse en “doctrina” y así perder su fuerza activa y disruptiva, pues su codificación en una doctrina es la amenaza que pesa sobre todo pensamiento liberador… Es esa función distinta, y no su contenido, lo que separa a un pensamiento de liberación de un pensamiento de dominio, a la filosofía de la ideología (La Jornada 2015/05/11).
Entiendo al pensamiento disruptivo como aquel que no re-crea el dominio, es decir, como el que renuncia a ser una ideología; y se compromete creativo a abandonar los moldes que nos atan a la dependencia, a la actitud destructiva, al desamparo y al miedo.
Es por eso que much@s no creemos que los fines justifiquen los medios. La capacidad de bien que tenga el medio será la finalidad misma de nuestra actividad y compromiso revolucionario. Si el medio es justo, la justicia se desenvolverá desde el momento de su realización, y estaremos siendo justos.