Por: Francisco González Romo
A lxs compas de las prepas, que marcharon ayer en solidaridad.
Hace casi un año, después de la desaparición de los 43 compañeros normalistas, nos sorprendió en la Cooperativa (Lxs de Abajo), un texto publicado por unas compañeras anarquistas titulado: Yo no soy Ayotzinapa. Indudablemente llamó nuestra atención no sólo el título del trabajo, sino la argumentación de las compas, ya que se supone que un momento de consternación tan general, la regla, el común, sería la solidaridad para con los compas caídos, sus familiares y sus compañerxs.
La motivación era clara: ¿por qué ellas, que habían solicitado la solidaridad para con las muertas de Juárez, para con las asesinadas con saña en el Estado de México, para con las violadas de Atenco… por qué ellas, en un mundo de machos, tendrían que solidarizarse ante una tragedia tal? Para ellas, y después para nosotrxs en la Coope, el hecho de que se hubiera elevado a grado tal la alarma por la desaparición de los 43 (sin denostar la gravedad de los hechos), simplemente reflejaba que somos, en ésta realidad, mucho más valiosos los hombres (43) que miles de mujeres violentadas a lo largo y ancho del país, por no decir del mundo entero.
Al continuar con la compartición (como había sugerido un compañero que se le llamara a estos ejercicios), nos dimos cuenta de otros factores que debían de llevar a la protesta social a decir, por lo menos, “Yo no sólo soy Ayotzinapa”, factores como uno, que el día de ayer, durante la marcha por los 43, llamó mi atención y me obligó a escribir estas líneas:
El contingente de prepxs de la UAZ se localizaba detrás de nosotrxs durante la protesta, y una de las consignas que más les apasionaba era aquella que decía algo así como: ¿Por qué matas estudiantes, policía, si somos la esperanza de América Latina?” Y las preguntas vienen a colación: ¿Por qué ha de ser más importante, más valiosa, la vida de un estudiante que la de un indígena asesinado por la minera en la sierra de Chihuahua, o la de una mujer, sin estudios, asesinada fuera de la maquila, o la de un indigente quemado con gasolina, en Fresnillo? ¿No es vergonzoso saber que se nos ha metido hasta el tuétano la ideología capitalista, y que creemos que un estudiante es más valioso que cualquier otro ser, por el sólo hecho de estar preparándose para ser fuerza de trabajo calificada?
Es necesario que hagamos notar a lxs más jóvenes la diferencia que existe entre la inteligencia, el esfuerzo individual por cultivarse, las ansias de conocer y comprender, y el título de técnico, de licenciado, de maestro o de doctor. La curiosidad va de la mano de la inteligencia, y se desarrolla en los espíritus libres y no tiene nada que ver con títulos académicos o diplomas; estos, por sí, no dan algo más que cierta vergüenza, “autorizan” la competencia y dan continuidad con el vicio nefasto de seguir estratificando a las sociedades. Ya Enrique Serna, en Genealogía de la soberbia intelectual nos lo hizo notar: “Entre el saber y el poder, entre la fuerza y el conocimiento, ha existido siempre una dependencia mutua… La manera más primitiva de acaparar el conocimiento es negarse a compartirlo, tapiar las puertas y ventanas por donde la gente común puede asomarse a los hallazgos de la gente privilegiada.”
También es necesario informarles que en ésta era neoliberal, también nosotros somos mercancías, que valemos más o valemos menos, dependiendo del cúmulo de títulos y diplomas que se llenen de ácaros en los escaparates de nuestros despachos o nuestros hogares; y que éste montón de papeles no necesariamente representa la continuidad y el desarrollo de un pensamiento verdaderamente crítico ni un compromiso que pueda llevarnos a la consecución de una sociedad mejor.
Otro entendimiento que nos llegó, durante la compartición, fue el de la capacidad que tiene el capital para transformar la rebeldía en un gran espectáculo, ahora televisado; si el estado y el capital se apoderaron de la figura del Che, de Gandhi, o de la lucha del 68, ¿podrá pasar lo mismo con Ayotzinapa? Vale la pena entablar esta discusión entre individuxs y colectivos. Las generaciones precedentes deben de tratar de explicarse qué sucedió y tratar de ayudarnos a entenderlo.
Y a nosotrxs nos queda seguir respirando en medio de tanta opresión.